miércoles, 27 de febrero de 2013

Diego A. Manrique: “Los músicos suelen ser seres extremadamente tarados"”





Este es el texto que sale publicado en 'Dominical' en 24 de febrero de 2013. El texto es de Carlos Marcos y la fotografía de Luis Rubio:

Pide un té verde. Lleva seis años sin beber alcohol, una exigencia, sin negociación posible, de su médico después de que sufriera un problema cardiaco. El tabaco no lo ha dejado, aunque aguanta más de una hora de entrevista sin prender un pitillo. Eso sí, en cuanto el periodista apaga la grabadora sale disparado a la calle a por su dosis de nicotina. Llega moderadamente cabreado. Y, como le suele pasar, por oportunidades perdidas para hacerse con más mercancía. “Ayer estuve en Ámsterdam, entrevistando a Vicente Amigo, que saca disco ahora. Me pasé varias horas en el aeropuerto. Pues bien: había tienda de bebidas, de libros, de revistas, de quesos… ¡Y no de discos! Me cabreé”. Su voracidad musical linda con la enfermedad.


Le intento pillar: le hablo de un nuevo grupo holandés, sin distribución en España. Arruga la cara en un gesto de contrariedad que significa “joder, se me ha escapado”. Saca un cuaderno y apunta el nombre: Sunday Sun. No le quepa al lector la duda: a estas alturas Manrique ya ha escuchado al grupo. La segunda pregunta difícil se la sabe. “¿Una banda de veinteañeros que parecen los Small Faces de 2013? Sí, esos son los Strypes, irlandeses, ¿no?”. Bingo. Ojo: es un grupo que ni siquiera ha publicado un disco largo.

Diego A. Manrique (esa A. es de Alfredo), nacido en Burgos hace 62 años, es el periodista musical español más relevante. Acaba de editar un libro, Jinetes en la tormenta, en el que recopila decenas de artículos (casi todos publicados en El País) introducidos por unas sabrosas breves notas que sitúan al lector en el contexto en el que se produjo la entrevista, el perfil o el obituario. “Los músicos suelen ser seres extremadamente tarados”, afirma la persona que ha tratado con ellos durante 40 años. Y añade: “Está el sobrado, el paranoico… Yo casi prefiero al antipático, porque de este perfil resulta una entrevista notable. La confrontación siempre queda mucho mejor que las palmaditas”.

Manrique empieza a bombear anécdotas: “¿El que más me ha intimidado? James Brown fue uno, seguro. Él se sentó en un taburete alto. Yo estaba de pie, pero él aún estaba más alto y me miraba por encima. Te juro que tenía que agarrarme la mano con la que sostenía la grabadora porque me temblaba todo el cuerpo. Entramos al camerino cuatro tíos y una tía. A nosotros no nos hizo caso y a ella le dijo: ‘Siéntese’ [risas]. Sabía perfectamente cómo se tenía que comportar”.

Para su encuentro con Dylan hizo algo que nunca ha repetido: le llevó un regalo. “Compré el vino más caro en Barajas. Dylan me dio la mano y la tenía viscosa. Era una mesa redonda con varios periodistas. Encima hubo una parada porque él se marchó. Era algo así como ‘estoy cediendo unos minutos de mi precioso tiempo para hablar con vosotros, miserables’. Y cuando vi lo deplorable que era aquello me guardé la botella”.

Manrique no elude el polémico tema de su despido de Radio 3. Confiesa que lloró “de rabia” y resume lo ocurrido: “En Radio 3 hay un sistema de castas: la de los fijos contra la de los colaboradores, los técnicos contra los redactores… Y ese tipo de diferencias entre las castas provoca unos rencores brutales. Yo me llevaba muy bien con la dirección. Entró una nueva y decidió prescindir de mí porque era del anterior equipo, al que odiaba. Ahora ha salido una sentencia que me da la razón. Ni siquiera Berlanga podría hacer una película de lo que ocurre allí”. 

Se lamenta de la poca trascendencia del periodismo musical, pero se enorgullece de que su único hijo, Darío, de 35 años, se dedique a lo mismo. “Cuando me pidió consejo le dije: ‘Hazte periodista deportivo’. El deporte siempre va a tener ocho páginas en el periódico y la música como mucho una. Él al final ha seguido el periodismo musical y ahora me gusta”, explica, y deja entrever un gesto emocionado que enseguida esconde su coraza burgalesa.

El teatro de Bowie, la autenticidad de Fito
“Siempre he pensado que las frases tienen que ser breves, accesibles y legibles”, comenta Diego A. Manrique sobre ese estilo suyo característico de frase corta, seca y proliferación de los dos puntos. Así son los artículos que recopila en Jinetes en la tormenta (Espasa), un texto que se picotea con fruición, donde el lector sonríe con los mordaces comentarios del autor recordando aquella entrevista con David Bowie en la que el periodista se siente parte de una representación, o aquel encuentro en Bilbao con Fito Cabrales donde los fans no le dejaron ni comer. “Y él ni protestó”, apunta Manrique.


Esta es la entrevista de más de una hora, entera, con mucho material que no se pudo incluir en 'Dominical' por cuestiones obvias de espacio:

¿Cuál ha sido el músico que más te ha intimidado?
Uno de ellos seguro que fue James Brown. Él se sentó en un taburete alto. Yo estaba de pie, pero él aún estaba más alto y me miraba por encima. Te juro que tenía que agarrarme la mano con la que sostenía la grabadora porque me temblaba mucho. Yo no quería, pero me hacía así la mano [Diego la mueve]. Fue muy impactante estar con James Brown. Y luego la típica situación de mucha gente, entre ellos su mayordomo, que estaba planchando. ¡Cómo cojones no te vas a poner nervioso con James Brown, que encima te mira desde arriba!

Sigue, sigue...
Entramos al camerino cuatro tíos y una tía. A nosotros no nos hizo caso y a ella le dijo: “Siéntese” [risas]. Sabía perfectamente cómo se tenía que comportar. En realidad no son entrevistas, son encuentros. Se hacen una serie de preguntas, pero, vamos, es que no pude ni tomar notas porque estaba temblando.
   

¿Te ha pasado alguna vez algo similar? Me refiero a los nervios…
Bueno, estaba también muy nervioso con Dylan, porque él es muy raro. Fue en Londres. Me acuerdo que me dio la mano y la tenía viscosa. Es cierto que era verano e igual era natural, pero aún así era una situación rara. Era una mesa redonda con varios periodistas. Encima hubo una parada porque él se marchó. En ese descanso nos dieron tempura, lo cual es de agradecer, pero fue extraño… Además hice una cosa que jamás haré con nadie: le llevé una botella de vino, porque sé que le gusta el vino. En Barajas compré el vino más caro que había. Como uno no entiende de vinos pues le compré el más caro. Y cuando vi lo deplorable que era aquello me guardé la botella.

En ese momento no te pareció Dylan merecedor de aquella botella…
Es que no era una conversación. Era algo así como “estoy cediendo unos minutos de mi precioso tiempo para hablar con vosotros, miserables”.

Más, más anécdotas con números uno.
Con Paul McCartney no tuve la sensación que con Dylan. Aunque, bueno, cuando llegas te dice su ayudante: “No va a hacerse fotos y no va a firmar nada”. Lo de no firmar es porque no le gusta que luego se venda en ebay. Entonces piensas: “Tío, tú que tienes 150 millones de libras, ¿qué demonios te importa que un autógrafo tuyo termine en ebay?”. Bueno, tengo que reconocer que me había llevado algún disco para que me lo firmara [risas]. Pero me pareció de una miseria absoluta. Además, rompe esa imagen que ha cultivado tanto de ser el más simpático del mundo.

¿Te ha llegado a pasar que te decepcione tanto el personaje que no puedas escuchar su música en algún tiempo?
Normalmente los personajes te decepcionan. Tienes que diferenciar esos dos aspectos. Habitualmente es gente que tiene el nivel personal mucho más bajo que el artístico. De hecho tienes que tragar eso y razonar: “No, este señor no tiene por qué ser simpático”. Y sí, muchas veces estás escuchando a un artista y piensas lo mal que te trató. Entonces sí, cuesta, cuesta…

También pasa lo contrario: músicos a los que no valoras lo suficiente artísticamente, pero que resultan ser personas encantadoras.
Sí. Yo creo que es porque vas con pocas expectativas: entonces estás feliz con un señor encantador e inteligente. Una de las verdades del rock es que la música es más grande que los artistas; incluso es más grande que los fans. Los artistas tienden a ser seres extremadamente tarados.

Vaya…
Sí, está el sobrado, el paranoico… Yo casi prefiero el antipático, porque de este perfil resulta una entrevista de puta madre. La confrontación siempre queda mucho mejor que las palmaditas. De hecho la mayoría está muy acostumbrado a las entrevistas complacientes. Excepto la prensa inglesa, que es tocahuevos, los demás periodismos suelen ser muy blanditos.

¿Existe en España una prensa musical?
Existió. Hubo hasta un semanario, Disco Express, y luego estaban Vibraciones, que de alguna forma continúa en Rockdelux, y Popular 1. No estaba mal… Ahora la prensa musical está sufriendo crudísimamente la crisis. El cambio de modelo en los hábitos de consumo ha tumbado a las discográficas y estas no dan publicidad. Ahora los que invierten en publicidad son los festivales, y existe la incógnita de si van a seguir poniendo publicidad este año.

También me refiero a ejercer el periodismo con ciertas garantías. Seamos francos: se puede profundizar poco en una entrevista de 20 minutos con un artista perezoso en un día de promoción.
Pero en Inglaterra es lo mismo, ¿eh? Recientemente NME publicó una entrevista con Keith Richards. Era al día siguiente de uno de los conciertos en Londres. O sea, periodista y músico estaban en la misma ciudad, pero fue una entrevista por teléfono y muy corta, por la extensión que le dieron.

¿Cuál crees que es el problema de la prensa musical española?
Que hemos fracasado en el intento de llegar a un público más allá del musiquero. Esa sí que es una responsabilidad de los periodistas. No hemos sabido encontrar el tono para llegar a 100.000 personas o 200.000, como llega en el terreno del cine Fotogramas. Es uno de los vicios de la prensa musical española: tendemos a hablar para enterados. Sin llegar al grado de Rockdelux, que es casi una almendra de los musiqueros indies de Barcelona. Muchas veces me encuentro con gente que dice: “Es que leo Rockdelux y no conozco a nadie”. Y yo lo entiendo. La asignatura pendiente es llegar a un mayor número de gente. En España hay mucha gente interesada por la música, pero si les hablas del último grupo del último pueblo de Wisconsin pues es muy posible que no estén interesados. Hemos perdido la conexión con el público. Quizá sí la hubo en alguna época… Vibraciones llegó a tener influencia porque se publicó en el momento en el que murió Franco y el rock entró dentro del paquete de las libertades democráticas.

¿En tus textos intentas evitar escribir para enterados?
Sí, lo intento. Pero he de decir que no siempre lo consigo.

Tú fuiste director de una revista durante un breve periodo (no llegó al año), Efe Eme. ¿Cómo fue esa experiencia?
Sí, y además intensamente: revisaba todos los artículos, los pedía… Con esa experiencia se multiplicó mi respeto por todo el que saca una revista musical. Tienen unos huevos muy grandes. Primero, somos lo menos fiable del mundo como profesión. Segundo, tratar con artistas es tremendo, porque son para echarlos de comer aparte. Pero más duro es tratar con mánagers, compañías… Eran tiempos en los que te pedían rutinariamente la portada y se enfadaban si no salía como ellos tenían en la cabeza que debía salir. La verdad es que las pasé putas. Tuvimos hasta una demanda.

¿Por qué?
Fue una entrevista que hicimos a Loquillo y en ella puso a parir a una discográfica de Barcelona, Pick Up, que entonces sacaba sus discos. Nos demandaron por difamación. No fue ninguna broma. En cuanto pude les dije a Jaime Gonzalo, Ignacio Julia [los dos responsables de Ruta 66] y a Santi Carrillo [director de Rockdelux]: “Nunca pude imaginar la heroicidad de lo que hacéis”.

¿Sufriste como director un clásico de los colaboradores: las excusas por no entregar un texto a tiempo?
Sí, claro. Había mil: ya te lo he mandado, se me ha roto el equipo…

Cuál es la que tú utilizas.
Ya no se pueden utilizar porque con el correo electrónico es inmediato. Pero utilizaba una: no tenía el artículo entero escrito, pero le mandaba dos folios y decía que se me había olvidado enviar los otros cinco, que no estaban escritos, claro [risas]. Pero con Internet eso se ha acabado.

Tienes fama de caótico. ¿Hasta qué punto?
Hasta el punto de que no me gusta que nadie ande en mis cosas. Hay gente que se ha ofrecido, de la Facultad de Periodismo o bibliotecarios, a venir a trabajar a mi casa gratis para luego ponerlo en su currículum. Yo se lo agradezco, pero no creo que lo soportara.

¿No dejas que te ayuden a organizar los papeles y los discos?
No, no. Mi forma de trabajar es como tener muchos frentes abiertos. Algo que has leído y que te ha interesado, pues dejas la revista abierta por esa página. De repente se te ocurre una idea de un programa de radio y empiezas a amontonar discos. Y eso parece que no es nada, pero es que se me ocurre dos veces cada hora. Cuando quieres despejar la mesa al final del día está repleta de cosas. Creo que una de las formas de trabajar en cualquier cosa es dejar que se asienten, que todo vaya fluyendo. Por ejemplo: ponerme a buscar un disco significa que voy a encontrar ideas para media docena de programas. Digo: “Hostias, esto qué bien quedaría para abrir un programa. Pero ¿qué pongo luego?…”. Entonces lo aparto y empiezo a buscar más cosas… No, no, la verdad es que no soy un buen ejemplo de vida para nadie.

¿Qué idea se te ha ocurrido hoy?
Pues algo que no sé si será un artículo o un programa. El tema sería: canciones de protesta de derechas. En los años 60 en Estados Unidos salieron bastantes. La fama se la llevaron las canciones protesta de izquierda, pero había otras cosas. Hubo un sargento que sacó un tema que fue número uno, La balada de los boinas verdes. Enseguida me he acordado de uno de los grandes del country, Merle Haggard, que grabó un tema que era Okie from Muskogee, que decía que los okies, los de Oklahoma, no fuman mariguana. Entonces hubo respuestas de los grupos hippies. Los discos que provocan respuestas son buenísimos.  

¿Dónde aprendiste inglés? ¿Alguna vez tuviste un profesor particular?
Hay una cosa alucinante sobre ese asunto. Cuando ya me di cuenta de que el periodismo iba a ser mi profesión puse un anuncio en el Diario de Burgos pidiendo un profesor nativo. Entonces se presentó un profesor que no era nativo, pero hablaba muy bien inglés. Un señor gordito, con barba… Llegó el hombre a mi casa de estudiante de Burgos y no le debió gustar lo que vio porque no volvió [risas].

Qué vio.
No sé, la verdad. Debe ser que le di miedo. Yo que sé… Esa fue la única vez que lo intenté. En aquella época [años setenta] había una necesidad brutal de información. En España no existía nada. Y lo que había era perversamente falso. Cuando viajaba a Madrid, en el quiosco de Cibeles, compraba revistas musicales, como Melody Maker. Leía hasta que lo entendía. Ponía “release” y luego una fecha y deducía que significaba “lanzamiento”. Y todo así. También me suscribí a revistas francesas, y a una belga que era muy buena.

El otro día entrevisté a Álex Grijelmo [burgalés, referente del periodismo en castellano, autor del Libro de Estilo de El País y presidente de la Agencia EFE durante ocho años] y comentó que el haber nacido en Burgos sí que ha influido en su amor por el lenguaje, porque en esa tierra se cuidan mucho las palabras. ¿Tienes esa sensación, como burgalés?
No he tenido esa sensación. Yo vengo de la zona norte, que linda con Vizcaya y Santander. Entonces hay muchas palabras que son préstamos del euskera o del dialecto pasiego que solo se utilizan allí. Si yo te digo ahora “resquilar” no sabes lo que es… Significa “subirse a un árbol”. Pero no he tenido nunca la sensación de que aquello sea un bastión del idioma.

Además de Jinetes en la tormenta tienes otros libros…
Cuatro. Saqué uno que eran dos volúmenes de la historia del rock and roll. Luego publiqué uno sobre el punk-rock, que yo creo que fue el primero que salió en el mundo sobre este género. Pero cometí el tremendo error de traducir “punk rock” por “rock macarra”. Se llamó De qué va el rock macarra. Y hace unos 15 años saqué una biografía de Michael Jackson, que se llamaba Ojos de gacela, corazón automático. De vez en cuando veo en Internet gente que especula sobre lo que significa el título.

Y qué significa.
“Ojos de gacela” es por esa cara que tenía Michael Jackson de estar asustado. Y “corazón automático” es porque son máquinas del espectáculo. Son seres que no viven fuera del mundo del espectáculo, que jamás se plantean cómo se paga una factura. En una de las pocas entrevistas que dio dijo no saber quién era James Dean. Imagínate. Era un tipo profundamente infeliz y asustado.

¿Por qué esta selección de artículos en Jinetes en la tormenta y no otra? ¿Cómo fue el proceso de selección?
Es un libro por insistencia de Espasa. Ellos hicieron una preselección de mis artículos y sobre esa trabajé yo. Podría haber sido esta u otra. Buscaban el punto y final de los artistas, por eso hay mucha necrológica. La necrológica como género no está muy valorada en España. Pero en Inglaterra es una cosa muy seria: tienen equipos de gente para escribirlas, las van elaborando antes de que se muera el músico e incluso hablan con él para enriquecer el texto. Y hay una regla: en la necrológica se tiene que hacer justicia con el personaje. Si se hace eso aquí te linchan. En España del muerto no se puede decir nada malo hasta que no han pasado algunas semanas. La necrológica es un género que reivindico. Además, te exige estar en forma. Te pueden llamar para escribirla a las seis de la tarde y la tienes que enviar a las ocho. Y no puedes corregir nada. Si metes la pata ahí se queda.

Dime una metedura de pata tuya que te duela especialmente.
[Risas] No, no te la voy a contar. Pero sí que metes la pata. En esas circunstancias es muy posible: muere alguien muy grande y tienes que escribirlo en media hora. No tienes la posibilidad de consultar. Una de las cosas buenas de Internet es que debes ser diferente. No puedes hacer un resumen de lo que pone en Wikipedia. Debes meter tu valoración, tus sentimientos y el sedimento de tus conocimientos.  

¿Qué es lo que más te gusta de la vida de los músicos?
Me parecen fascinantes los orígenes de los músicos. Ahora es bastante frecuente encontrarse a estrellas del pop de clase alta, pero antes no: eran clase media y trabajadora. Hay mucho esnobismo en este tema. Lennon se presentaba como un tipo de clase trabajadora y no era así. Es de clase media e incluso con aspiraciones. De hecho su gran drama es que su madre se queda embarazada y en esa clase social era un gran escándalo y la obligan a renunciar a su hijo porque era una mujer “ligera de cascos”, como se diría en esa época.

¿Prefieres leer sobre música que escucharla?
No, no. De hecho intento hacerlo simultáneamente. Tengo esa facilidad. Yo estoy escuchando música muchísimas horas. Sobre todo la radio.

¿Radio 3?
Sí. Es la que más escucho. Jode, pero es así. Pero si la música es muy buena no te enteras de lo que estás leyendo y viceversa.

Qué necesitas para escribir, sobre todo un texto que te piden con cierta celeridad. ¿Tabaco, café, alcohol?
No hay nada… He hecho artículos con whisky y no se lo recomiendo a nadie. Esencialmente lo que hago es escuchar la música del artista del que escribes. Aunque la tengas muy escuchada, cuando la pones siempre te trae ideas y recuerdos que te inspiran.

¿No bebes alcohol, ni siquiera cuando estás ocioso?
No, no bebo. Y he de decir que tengo unas cuantas botellas en casa y están sin tocar.

¿Desde cuándo?
Desde que tuve un problema cardiaco, hace unos seis años. Pero eso está demostrado: no se puede hacer un artículo con la conciencia alterada. Ni drogas ni alcohol. Es absolutamente contraproducente. Puedes estar escribiendo sobre el mayor bandarra del mundo, pero no se te ocurra imitarle.

O sea: a los músicos los estimulantes les inspiran para crear, pero eso no sucede con los periodistas.
Una de las primeras cosas que aprendes cuando te dedicas a esto es que los músicos están hechos de una pasta especial. El músico tiene una capacidad de supervivencia y de aguante incomprensibles. He visto a músicos que tomaban cantidades industriales de drogas y es como si nada. Si yo tomo la décima parte de eso estaría en urgencias. Son especiales. Tiene que haber algún tipo de desequilibrio que te desvía todas las energías a la creación artística y que todo lo demás es alimento para ese proceso. Mi respeto en ese sentido para los músicos es total. He visto cosas tremendas…

Cuenta, por favor.
Antes de un concierto gente que está absolutamente machacada y luego revive. Me lo contó el saxofonista de los Rolling Stones, Bobby Keys. Le conocí en Nashville. Él es de la pasta de Keith Richards. De hecho, Keys tuvo muchos problemas con Jagger por esta circunstancia. Y me contaba eso: en el momento en que un músico se viste y sale al escenario se transforma. Todos sabemos del prodigio físico que es Jagger. ¡Es que tiene casi 70 años y corre como un loco! ¡Y no tiene vergüenza de mover el culo!

¿Te ha funcionado emborracharte con un músico para tirarle de la lengua?
Lo que pasa es que si te emborrachas te olvidas. No funciona. Además, es un pelín desleal: si estás de amiguete, ¿hasta qué punto puedes utilizar esa información? No, no, es muy jodido. Prefiero diferenciarlo. De todas formas no creo que los periodistas debamos ser amigos de los músicos. Tampoco debemos ser enemigos, pero amigos desde luego que no. Otra de las características más penosas del periodismo musical español es la complicidad con los músicos, el colegueo, el sentido paternalista, el decir: “Yo te he descubierto y tienes que venir a la fiesta de mi programa”. No, no. Tienes que guardar una distancia. Tu única lealtad tiene que ser con la música y personificada con los lectores o los oyentes.

Pero tú tienes algunos amigos músicos…
No, amigos, amigos, no. Tengo buenas relaciones con algunos. Yo, por ejemplo, no podría pasar al lado de la casa de Sabina y subir a saludarle. No es así la relación…

¿Te ha amenazado o agredido algún músico?
Me llegó una amenaza, pero fue de fans. Fue un artículo que escribí sobre uno de los mitos del rock argentino, Spinetta, y los seguidores lo entendieron mal. Me llamaron a casa y me dijeron: “Sabemos dónde vives y te vamos a quemar”. Evidentemente sabes que si alguien te quiere quemar la casa no te avisa. Pero te asustas.

También las has tenido tiesas con Calamaro.
Sí, sí. Pero lo conozco perfectamente y entremedias de una bronca y otra se me acerca y me abraza, porque se ha olvidado de la guerra que teníamos. El resumen es: no debes estar aquí en este mundo para que te quieran. No te deben querer ni los músicos ni los fans ni los disqueros ni los mánagers. Es un error muy grande pretender que te quieran. Tú no estas escribiendo para ellos. Nadie aceptamos que nos critiquen, y ellos son especialmente sensibles.

Por ejemplo…
Es asombroso lo hipersensible que puede ser Joan Manuel Serrat, alguien que ha aguantado dos persecuciones del franquismo… Sin embargo, una frase que no ha entendido bien se puede convertir en un problema. Pero es un problema que se queda fermentado. Rara vez me ha llamado alguien para pedirme cuentas.  

En el capítulo de agradecimientos del libro son todos profesionales y, además, poco nominales: responsables de Cultura, Mesa de Redacción, Babelia… ¿Eres un tipo poco dado al sentimentalismo?
Lo que pasa es que me di cuenta que si hacía la lista de toda la gente con la que he trabajado se me iba a olvidar alguien porque constantemente se está renovando.

Me refería más al plano personal. ¿Eres un tipo acorazado, que le cuesta expresar sus sentimientos?
Sí, es posible. Esa es la herencia de Burgos. Somos secos y cuando queremos ser simpáticos hacemos el típico chiste salvaje. Es el típico humor de paleto: “Joder, por qué se molesta este de que le hayamos tirado al río”. Algo así…

¿Es un peso para ti que tu único hijo se dedique también al periodismo musical?
No, para mí ha sido una bendición. Cuando la gente me pide consejo, y lo hacen con mucha frecuencia, sobre la profesión de periodista musical, les respondo lo que le dije a mi hijo: “Hazte periodista deportivo”. El deporte siempre va a tener ocho páginas en el periódico y la música como mucho una. Puedes saltar del periodismo deportivo al musical, pero al revés no te van a dejar. Él al final ha seguido el periodismo musical y es formidable porque te da información que tú no aprecias. Además, es de gustos muy amplios. El gran problema de los periodistas musicales veteranos es que llevamos tantos años escuchando música que es difícil que nos sorprenda algo. Te olvidas de que el chaval que escucha a Oasis no necesariamente ha escuchado a los Beatles. Llega fresco. Y para él es su vida. Los Gallagher tienen un problema serio con los Beatles y tienden hacia el plagio, pero el chaval no lo sabe. Nunca puedes olvidar que hay jóvenes que escuchan a Oasis como algo nuevo y ese es el misterio. Aunque ahora se está dando un fenómeno curioso: hay chavales que no escuchan a los grupos de ahora, que van directamente a los de los sesenta. Están buscando a los mitos. Claro: los sesenta y los setenta fueron tan vertiginosos y se hizo tanto… Es que nadie se acuerda que los Beatles estuvieron en activo solo ocho años. ¡Y esos cabrones sacaron un elepé o dos al año, y singles y eps…! Fue una época prodigiosa.

En el libro te refieres a España como tercermundista en algunos aspectos de su infraestructura musical. ¿Si Diego A. Manrique hubiese sido inglés o estadounidense se le valoraría más?
No, no creo. Es que ahora no somos esenciales. Fuimos esenciales en una época, en los setenta, cuando no llegaba información, cuando había que contar el abc de la música. Y el abc de la música es que la inventaron los negros. Teníamos que explicar que había unos señores que eran productores y que la música no era solo arte, sino también negocio. En aquel momento sí que teníamos un papel un poco especial. En estos momentos el periodista musical vale menos que nada, porque todos saben de todo. Hay una parte del espíritu español de irreverencia, de ser iconoclasta, de no escuchar al que deben escuchar. Esto no es una observación mía, es la realidad. ¿Por qué llevamos al friqui aquel [se refiere a Chikilicuatre] a Eurovisión?  Pues por llevar la contraria. Los periodistas musicales españoles fuimos esenciales en los setenta y los ochenta. Ahora ya no.

Una de tus particularidades a la hora de escribir es que abusas de los dos puntos. Eso lo hacía también Eduardo Haro Tecglen.
No me había dado cuenta. Pero curiosamente coincidí con Haro Tecglen en la revista Triunfo. Él tenía un cubículo como despacho. Siempre he pensado que las frases tienen que ser breves, accesibles, legibles.

Hablemos de Radio 3. ¿Hay rencor allí?
Sí. En Radio 3 hay un sistema de castas: las de los fijos contra las de los colaboradores, los técnicos contra los redactores… Y ese tipo de diferencias entre las castas provoca unos rencores brutales. Yo me llevaba muy bien con la dirección. Entró una nueva y decidió prescindir de mí porque era del anterior equipo, al que odia. Ahora ha salido una sentencia que me ha dado la razón. Ni siquiera Berlanga podría hacer una película de lo que ocurre allí.

¿Echas de menos tu programa en Radio 3, El Ambigú?
Sí, claro. Era un programa abierto, donde cabía todo tipo de música. Y me lo pasaba muy bien haciéndolo.

¿Lloraste cuando te lo quitaron?
Sí, lloré de rabia. Porque fue injustísimo. Llegaron a decir que era un espía de la Ser en Radio 3. Recopilaron un montón de artículos míos en El País como prueba. Todo muy absurdo.

Recientemente te has hecho Twitter. ¿Cómo te llevas con las redes sociales?
La cuenta de Twitter la ha hecho la editorial por la edición del libro. No tengo nada contra las redes sociales. Al contrario. Pero llevan mucho trabajo. La gente hacer jornadas laborales de 16 horas porque está todo el día tecleando. Es curioso, porque las nuevas tecnologías nos hacen más libres pero a la vez más esclavos.

Y la gran pregunta para el final: ¿cuántos discos tiene Diego Manrique?
No lo sé, de verdad. Hace poco tuve que llevar muchos vinilos a un sótano porque se había hundido parte del piso donde los tenía, por el peso. Pero no sé los que tengo. Ahora, seguro que el que tenga 500 los disfruta mucho más y los escucha mucho más que el que tenga 50.000.

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